sábado, 14 de septiembre de 2013

Angliru y grasas 'trans'. Cantabria-Asturias 2013 (II)

   Tras los despistes y confusiones de rigor con el GPS, que me supusieron varias idas y venidas por las circunvalaciones de la A-66, llegué por fin a Pola de Lena. Por delante, dos jornadas de desmesura cicloturista, con una colección de monstruos altimétricos acechando en cada recodo de la carretera.

   La encargada del hostalucho en el que había reservado habitación me recibió con forzada cordialidad, aunque la hosquedad latente que se adivinaba en ella no tardaría mucho en salir a la superficie. ¡Menuda asquerosa, la tipa esa! Con ella, todo eran problemas, malas caras y palabras agrias. Pero bueno, no sé qué me esperaba por 25 euros la noche.
Haciendo el cutre y cocinando en la habitación del hotel
te ahorras tus buenos eurillos. (mercadona.es)

   Una vez me hube duchado en la habitación --bastante presentable, por cierto, dadas las circunstancias-- regresé al coche para ir a comprar provisiones al super. El programa del día siguiente era complicadillo, con cerca de 6.000 metros de desnivel positivo acumulado y varios puertacos interponiéndose en mi camino, así que no había más remedio que inflarse a espaguetis precocinados. 

   La cosa --es triste reconocerlo-- no estaba como para gastarse diez euros en un menú del día, de forma que me había llevado el hornillo ultraligero de gas para cocinar en la habitación del hotel. A esas alturas, ya había comprobado cómo se las gastaba la posadera lenense, y era consciente de que si aquella mala pécora  me pillaba, estaba listo. Sin embargo, la perspectiva de engrosar las cuentas de la hostelería local a costa de mis bolsillos de mileurista  resultaba aún más inquietante. No, más valía arriesgarse a tener un altercado con la encargada del hostal, que aflojar 50 euros por dos días de comidas y cenas en alguna sidrería del pueblo.

MAHOU VS. VOLL DAMM

   Un rato después, con los suministros a buen recaudo en la habitación, salí a dar una vuelta por las calles de Pola de Lena. Al igual que en mi visita del año pasado, no pude dejar de percibir la decadencia de aquel rincón de las Cuencas Mineras asturianas: casas desconchadas, solares invadidos de maleza, tiendas cerradas... Aunque bien pensado, ese es el panorama que parece extenderse poco a poco por todos los rincones de este país, que pena da de solo mirarlo.  

   Me senté en una terraza y pedí una Mahou. No tenían de la verde y me sirvieron la roja, que es un poco más fuerte; pero qué se le va a hacer. Después de todo, no hacía tantos años que me había dedicado al trasiego intensivo de Voll Damms en las turbias noches de mi Bizkaia natal, y con los 7,2 grados y la doble dosis de malta que tiene ese bebedizo, eso sí que son palabras mayores. Pese a mis temores, el botellín me salió solo por 1,8 euros.

   Mientras bebía, repasé la ruta que me esperaba al día siguiente. Como uno es un matao en cuestión de mapas y planificaciones de este tipo, había optado por plagiar casi en su integridad una ruta que se había marcado el amigo Marce Montero en su web de altimetrias. El plan era el siguiente: Cordal, Angliru, Dosango, Cruz de Linares, Bandujo, Capilla de Alba y Cobertoria. Unos 6.000 metros de desnivel en apenas 120-130 kilómetros. Es lo que tiene Pola de Lena: está en pleno centro de un infierno de carreteras imposibles, que trepan por las escarpadas laderas de las montañas cantábricas. 

Si no tienes nada mejor que hacer en la vida,
puedes matar el tiempo subiendo el Angliru.
   No sé, la verdad, por qué las instituciones de la zona no le dan un poco más de cancha a estas ascensiones; porque al margen del Angliru --en el que no se ha reparado en gastos y casi cada 250 metros hay un cartelillo-- en el resto de los puertos que encontré por allí no hay ni una triste señal para cicloturistas. Es lamentable, porque se trata de subidas que nada tienen que envidiar a las de la vertiente francesa de los Pirineos, donde los paneles con información para ciclistas proliferan en las cunetas de cada ascensión.

VOCEANDO EN PLENA NOCHE

   La noche transcurrió sin incidentes, salvo por las voces que pegaba algún vecino del hostal, y al día siguiente me levanté a primera hora para empezar a pelearme con el asfalto cuanto antes. Desconozco por qué extraña razón, ya en el primer puerto del día, El Cordal, me emocioné y empecé a abusar de desarrollo. Se trata, ésta, de una subida corta, pero bastante dura desde la vertiente de Pola; con más de cinco kilómetros de longitud y una pendiente media del nueve por ciento.

   Ese temerario alarde de poderío, afortunadamente, no me pasó factura en el Angliru, cuyas rampas superé con cierta dignidad y creo que en bastante menos tiempo que en el año anterior. El puerto este, como todo hijo de vecino conoce a estas alturas, es una mala bestia de 12,6 kilómetros, un desnivel medio del diez por ciento y brutales tramos por encima del veinte por ciento.

   Tampoco tuve demasiados problemas en la ascensión a Dosango, que desde el lado de Santa Eulalia apenas presenta una pendiente media del cuatro por ciento en sus doce kilómetros de longitud. Pero las tornas cambiaron en la Cruz de Linares, en cuya rugosa carretera empecé a notar los inconfundibles síntomas del agotamiento. Malamente, llegué a la cumbre entre la niebla, que de forma intermitente me acompañó durante buena parte de aquella jornada de agosto. No es para andarse con bromas la subida esta, de algo más de siete kilómetros y una pendiente media del nueve por ciento.

A RECORTAR TOCAN
La bollería industrial, digan lo que digan, es la
mejor compañera para el deportista. (dulcesol.es) 

   Ya en la bajada, me di cuenta de que eso de subir a Bandujo, mejor lo dejábamos para otro día. Solo unos kilómetros después, en uno de los escasos tramos llanos de la etapa, se hizo evidente que iba a tener que continuar con los recortes. Al igual que a cada hachazo que nos pega el buen Mariano le sigue otro y otro más, yo no iba a tener más remedio que seguir también con mi particular agenda reformista. Tocaba, pues, modificar una vez más mis previsiones y cargarse también la ascensión a la ermita de Alba. Y la Cobertoria no me la quitada de en medio porque no tenía más remedio que subir por allí para regresar a Pola.

Tras el repostaje a base de chuches, La Cobertoria no fue rival .
  
   Como las barritas de cereales del Eroski se habían mostrado insuficientes para devolver el brío perdido a las piernas de este globero, paré en la tienda de un pueblo y compré una caña de chocolate, de esas que están rellenas de una supuesta crema pastelera. Nunca 90 céntimos estuvieron mejor invertidos; las grasas trans y los azucares de aquella bomba calórica lograron reactivar mis maltrechos músculos de forma milagrosa. La ascensión a La Cobertoria --diez kilómetros al siete por ciento desde el lado de Quirós-- fue así menos penosa de lo esperado.

   Al final, según marca la pirateada aplicación que tengo instalada en mi móvil chino, aquella primera etapa por tierras lenenses se saldó con 110 kilómetros y 4.390 metros de desnivel positivo.  No es lo que había previsto, pero por lo menos logré llegar con bien al hostal tras el pajarón que me había acometido en plena faena. En la recepción, cómo no, me esperaba la encargada, con su mirada hosca y sus malas maneras.




4 comentarios :

Anónimo dijo...

Parece ser que una buena fabada del mercadona también tiene buenos resultado, segun la ley de Newton: cualquier acción tiene su reacción, ¿me entiendes no?
Saludos

A.M.Y.P. dijo...

Ando un poco malamente en Física, pero es muy cierto lo que apunta usted, señor Anónimo. Lo malo es que alguien vaya a rueda; no creo que le sea muy grato recibir en pleno rostro los efluvios de la combustión.

Anónimo dijo...

Pero es una buena técnica contra aquellos que no te dan un relevo aunque te pares.

Saludos gaseosos
Ciclobilly

A.M.Y.P. dijo...

Sí, hay mucho 'globero' ruin por ahí suelto. Igual me paso por el 'super' para comprar un par de latas de fabada y, de paso, una bandeja de callos.